Mi hijo era de ETA by José Ramón Goñi Tirapu

Mi hijo era de ETA by José Ramón Goñi Tirapu

autor:José Ramón Goñi Tirapu [Goñi Tirapu, José Ramón]
La lengua: spa
Format: epub, azw3
Tags: Ensayo, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2011-12-31T16:00:00+00:00


* * *

No está resultando fácil para mí afrontar la escritura de este libro, no tanto por la dificultad del empeño en sí, sino por la exigencia moral que la acompaña. Ni yo mismo sabría decir de qué manera estoy siendo capaz de poner sobre el papel sentimientos hasta ahora tan bien guardados; es algo semejante a extirpar dolencias antiguas, tan antiguas que uno ni siquiera es consciente del escozor que han venido causando, al que uno ha terminado por acostumbrarse, hasta que se libra de ellas.

Ponerlas sobre la mesa está siendo en ese sentido un alivio, pero, aun así, aparece de vez en cuando mi otro yo, ese que se resiste a desclasificar secretos que ni yo mismo recordaba ya. Cuando eso ocurre soy incapaz de escribir un solo párrafo, como si los archivos de mi memoria hubieran establecido un mecanismo de defensa que impidiera la salida de las palabras exactas con las que expresar lo que deseo decir.

Y es ahora, cuando me dispongo a recordar a las víctimas, cuando más paralizado me siento, precisamente por el sufrimiento que su recuerdo me provoca. Pero no podía olvidarlas para no sufrir, algo que por otra parte suele ser frecuente. Algunos son incluso capaces de negar la misma existencia de las víctimas, y si no ahí están los negacionistas del holocausto para demostrarlo. De modo que me he visto obligado a realizar una nueva catarsis desde la propia catarsis en la que estoy viviendo estos días. Como consecuencia de ello he podido tirar del hilo de lo soñado esta noche pasada.

Me encontraba en mitad de una planicie llena de tumbas. No se trataba de extensiones similares a las que contemplamos en los documentales, repletas de cruces blancas perfectamente alineadas que recuerdan a los soldados que se dejaron la vida en los campos de batalla y que fueron enterrados con el mismo uniforme. No. La explanada de mi sueño estaba llena de tumbas distintas unas de otras y, no sé por qué, presentí que ninguno de los que las poblaban podrían descansar en paz mientras sus asesinos no les pidieran, uno por uno, perdón.

Cada una de las víctimas tenía su propia historia, su vida brutalmente interrumpida. Todos habían sido diferentes, pero todos tenían en común lo más importante, precisamente aquello que los asesinos no reconocían en ellos, la pertenencia a la raza humana. Y fue y será la justicia la encargada de enfrentarles con la dura realidad, habían asesinado a personas; no eran txakurras —perros—, como ellos —los asesinos— acostumbraban a llamarles.

Es por esto que pedir perdón debe resultarles tan difícil, porque les obligaría a reconocer que su causa no fue noble, sino repugnante, que la supuesta heroicidad que les atribuían sus incondicionales nunca fue tal, que la historia, libre de los prejuicios y las visiones sesgadas del día a día, los juzgará con la máxima severidad. Que, en definitiva, y como tan certeramente afirmó Sebastián Castellio en su diatriba contra Calvino por haber ordenado la muerte en la hoguera de Miguel Servet, «matar a un hombre no es defender una idea, es matar a un hombre».



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